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viernes, 2 de septiembre de 2016

ÁMBAR :Capitulo II VLADIMIR TENÍA UN LADA AMARILLO.

                                            CAPITULO II
                 Vladimir tenía un Lada amarillo
Malos años en Rusia, y para los rusos, aquellos noventa anuncio de la gran depresión económica que se avecinaba…en todas las ciudades, grandes o pequeñas, unos individuos con chaquetones de piel negra, y como si fuera un uniforme que los identificara, esperaban a la puerta de los bancos a quienes, como yo, íbamos a cambiar nuestras divisas por rublos, ofreciendo bastante más que el cambio oficial y este acopio, de dólares y marcos fundamentalmente, fue el origen, junto con otros factores, de algunas de las grandes fortunas y sobre todo de esa gente conocida como “nuevos rusos”, en español nuevos ricos, cuya ostentosa prepotencia se ha visto por medio mundo, en mi opinión dañando gravemente la imagen de su país, sobre todo porque era, y es , falsa…
Lo malo no era cambiárselos o no a estos matones de tres al cuarto, simples empleados, lo peor era quedar señalado como alguien que manejaba dinero y si bien yo tenía mala fama, misteriosa fama, y no sé si inmerecida, pero el apellido Beria aun pesaba mucho en el imaginario popular, que en principio me mantenía a salvo, la realidad es que no estaba seguro de nada pues vivir alejado del centro y sin vecinos no me daba seguridad alguna y lo peor era que no sabía bien que hacer , como encontrar equilibrio entre tranquilidad y seguridad.
Tampoco los bancos eran demasiado solventes…y el dinero que me enviaba mi banco desde España, venía vía Nueva York con una merma del veinte por ciento por culpa de los costos y la posibilidad de que cualquier día me encontrara con la puerta de la entidad cerrada a cal y canto.
Todo era complicado, el correo llegaba a casa cada quince días en el hipotético caso de que lo hubiera, y el teléfono que realmente me hubiera ayudado mucho, era imposible obtenerlo. La tecnología llegaba hasta donde llegaba y los empleados públicos también…cada vez que intentaba que me pusieran una línea la respuesta era Nielziá…que, como todo el mundo sabe , quiere decir Nielziá, o , como decía aquel torero, lo que no puede ser , no puede ser y además es imposible,  y llamar desde el hotel solo servía para algunas cosas porque me escuchaban hasta las cucarachas del sótano, que es en donde normalmente se hacían las escuchas, que uno ya había corrido mucho y sabía de esto.
Ni siquiera tenía coche cuando realmente lo necesitaba aunque no fuera más que para salir corriendo en caso de peligro así que me tuve que inventar un sistema con la ayuda de mis viejas y peligrosas amistades que de enterarse Olga acabarían con el Edén que ella se había creado mentalmente.
Así que debido a las dificultades que manejar el dinero imprescindible creaba la situación, y muy de vez en cuando, cogía el avión a Moscú, y podría hacerlo a cualquier otra ciudad, pero Olga jamás volvería a aquella ciudad de su sufrimiento y por tanto podía ir solo a un lugar en el que tenía muchos y enrevesados contactos, forjados en favores mutuos y en esa complicidad entre, no sé si decir, delincuentes, más bien pillos, que practican el hoy por ti, mañana por mí, que nunca se sabe, y también, y por otra parte, allí las posibilidades eran mayores que en ninguna parte aunque también el peligro, suponía, porque en la capital de todas las Rusias siempre me he encontrado muy cómodo.
De entre toda aquella patulea de la que podía fiarme porque yo también pertenecía a ella, elegí a Katya…
Cuando llegué a Moscú no tenía ningún plan previsto, algunos nombres, algunas direcciones, algunos teléfonos que no sabía si me servirían de algo porque aun no habían llegado a este Imperio decadente las guías telefónicas, datos con lo que a lo peor no encontraría a nadie que en aquellos años convulsos todo era posible, venta de pisos a constructores, derribos innecesarios, mudanzas a zonas en donde las mafias no reinaran sin control…, fallecimientos imprevistos y accidentales…¿por qué no?...si allí todo era posible…
Pero me alojé en el hotel Ukraina por probar como era aquel mazacote, una de las Siete Hermanas que coronaban Moscú como si fueran las velas de una tarta de cumpleaños de una niña y no solo por probar, que también,  sino porque mis experiencias hoteleras anteriores no habían sido precisamente buenas, sobre todo en el Rossia de casi cuatro mil habitaciones,  en el que encontrar la habitación era como hacer el Camino de Santiago descalzo aunque a céntrico no había quien le ganara.
Y allí, y sin pretenderlo, encontré la solución, más bien me vino la idea de quien pudiera ser la persona adecuada para ayudarme a bajo coste porque la posibilidad de Emma estaba rechazada de antemano, que me ayudó con todas sus fuerzas cuando encontré a Olga pero que resultaba peligrosa en sus demandas, y nunca quise, y menos ahora, aventuras que dejan sabor amargo y además no sabía si tendría contactos útiles y demasiado miedo, aunque atrevida lo era y mucho.
Mi primera noche de hotel moscovita fue un peregrinar de buenas mozas por la puerta de la habitación, primero una, luego dos y finalmente tres… al principio creí que era una oferta porque el precio disminuía pero debía de ser porque cuanto más avanzaba la noche, tantas menos posibilidades de clientes les quedaban…abres la puerta por si pasa algo y acabas dándote cuenta de que un extranjero solo, es caza mayor por un puñado de dólares que diría Clint Eastwood. No hacía falta ser un lince para pensar que estaban compinchadas con las diesurnayas, encargadas de planta, del hotel en cuestión, que además tenían un alto grado de dignidad mal entendida y una mala leche de preocupar. Ambas, la dignidad y la mala leche, remitieron mucho cuando hasta las narices de que me despertaran salí en pijama y esperé a que la señora encargada de mi planta dejara de hacerse la dormida, lo que hizo de inmediato en cuanto vislumbró un billete de diez dólares aireándose en mi mano…la petición, hecha con cara de bobo como corresponde a los extranjeros y que yo tenía muy bien ensayada, tampoco me costaba mucho, me salía muy natural, de que estaba muy cansado y necesitaba dormir, fue correspondida un “no faltaría más que este es un hotel respetable” cosa que no se creía ni ella pero que convenía aceptar…
En aquella Rusia empobrecida Moscú no era una excepción, antes bien allí las dificultades eran mayores que en un medio rural o de los llamados de provincias, porque en ellos aun eran relativamente fáciles de encontrar los alimentos que en la capital escaseaban, y era patético ver los gastronoms, las tiendas de comestibles, absolutamente vacías en contraste con los miles de puestos de venta ambulante que proliferaban en las grandes avenidas y en los pasos subterráneos del Metro en los que se podían encontrar desde lencería de colores chillones a candados, ropa y zapatos chinos, llaves inglesas y perfumes más falsos que Judas aunque de acreditadas marcas, que el típico de toda la vida “Noches de Moscú” hacía tiempo que ni siquiera se fabricaba. La oferta se completaba con una amplia gama de relojes Vostok, Molnia, Komandirskii y otros de la amplia oferta de mecánica soviética, por cierto muy buena. Supongo, no lo sé, que eran alimentados de mercancía por los chelnoki, contrabandistas, estraperlistas u otras variantes de los buscavidas y como de eso, de buscarse la vida, se trataba, proliferaron como setas de Primavera para, y sobre todo, hacer acopio de cosas inútiles, que en esto los soviéticos eran expertos y como los hábitos occidentales no habían llegado todavía y ellos no se habían dedicado a cambiar los suyos, habían convertido la ciudad en un mercado persa de enormes dimensiones.
Solo en la Nueva Arbat, la antigua Kalinin, y entre el edificio de Aeroflot y la confluencia con Arbat la vieja, conté más de doscientos tenderetes y solo estaba vacía al principio de la calle  en donde el garito Metelnitsa, cuya acera estaba ocupada por coches blindados y unos supuestos conductores tipo armario ropero con altillos que parecían del famoso barrio de Liubertsy, famoso , como digo, por practicar sus habitantes exageradamente el noble arte de levantar pesos y que tenían todos ellos medidas de modelo, 90-60-90 , solo que en cada brazo, y también a la altura de los almacenes Viesná en donde la puerta de entrada había quedado libre aunque no entraba nadie que tenían mejor oferta los tenderetes. En Leninskii Prospekt ni siquiera intenté nunca hacer un cálculo, que había allí más gente que en el metro en hora punta, pero me compré un reloj chino de pila que al cambio me costó algo así como veinticinco pesetas porque el mío era demasiado llamativo. El tal reloj, que aún conservo, tenía en la esfera la bandera de la Marina de Guerra soviética y, simbologías aparte, era bonito pero sobre todo cumplía la misión de no interesarle a nadie.
En aquella marabunta inmersa en una fiebre de picaresca proletaria, y al grito de ¡¡¡Sálvese el que pueda!!! la gente se las ingeniaba para llevarse algún rublo extra a casa fuera cual fuera el procedimiento. Se volvió incluso a los oficios más antiguos del mundo, echadoras de cartas por ejemplo, e incluso otros más antiguos…
Al más antiguo de todos se dedicaba Katya, quien, con el consentimiento expreso del KGB con el que colaboraba pasándole información de cuanto extranjero pasaba por sus manos, por decirlo de una manera  suave, rondaba los hoteles Belgrad, Rossia y Sputnik. Pero, claro, había pasado algún tiempo y es sabido los estragos que en nuestros encantos, que en el caso de Katya eran muchos, hacían y hacen los años por lo que  la brillante idea de buscarla en aquellos sitios o a través de su número de teléfono y que me habían sugerido las visitas nocturnas, se me antojaba difícil porque estaría retirada seguramente de aquellos menesteres aunque cabía la posibilidad de que se hubiera convertido en madame que los tiempos la eran propicios, y si lo era, manejaría dinero abundante y, como mínimo, de procedencia dudosa por lo que tendría un método no muy complicado para transformarlo en divisas legales y guardables… así que poco la costaría transformar mis cuatro duros en rublos, digo yo o encontrar un procedimiento para que el dinero de España me llegara sin mengua considerable. Pero ¿Cómo encontrarla? ¿Querría ayudarme?
Decidí darme un par de días para pensar y para vagar por Moscú, esa ciudad que me fascina y que me hace sentir eslavo, dueño de mis sueños pero esclavo del Destino. De todas formas las ciudades las tengo clasificadas…Paris y Roma para volver mil veces, Varsovia para pasar corriendo, Oviedo o Santander para vivir,  Moscú para soñar…
La decadencia moscovita me encantaba, hacía juego con la mía, y pensaba que debía de progresar pero nunca parecerse a tantas ciudades sin alma ni olor. Las ciudades deben de tener un olor especial que las haga reconocibles con los ojos cerrados y si es así es porque tienen alma…si no tienen olor es mejor pasar de largo. Moscú tenía olor, tenía alma y conservaba esa dignidad de los venidos a menos, entre ofendida y resignada, como cuando no sé quien decía que el “Caballero de la mano en el pecho” del Greco era un hijodalgo castellano tapándose un descosido de su jubón. Pues tal cual. No sabía nunca por dónde empezar a caminar, y cuando trazaba un plan acababa sin cumplirlo porque un lugar me llevaba a otro imprevisto cuando en realidad lo que me gustaba era ver a la gente afanarse en sus quehaceres cotidianos, rigurosamente uniformados con su bolsa de plástico, tanto hombres como mujeres, que el por si acaso se había instalado otra vez. Pero me daba igual, Moscú hay que visitarla, hay que vivirla como si fuera la última vez y a ello dediqué mis afanes que la inspiración para el enojoso asunto que allí me llevaba ya llegaría, o no...
La segunda noche de hotel al que llegué hecho unos zorros de caminar sin rumbo, empezó como la anterior…La encargada de la planta seguramente pensó que a aquel extranjero no le importaría mucho seguir pagando diez dólares  extra por su descanso porque seguramente tenía la idea  equivocada, como todos, de que éramos ricos y además bobos, también abonada por el esperpento de los turistas comprando innecesariamente las cosas más extrañas entre las que una vez vi adquirir una rama de plátanos entera de en torno a veinte kilos…Siempre que alguien me preguntaba, casi nunca, le advertía de que fuera prudente con el dinero y no solo por el riesgo de que le robaran, que también, sino por no ofender, por no ser prepotentes ante una gente que lo estaba pasando mal y que no lo merecía y además las consecuencias eran…que siguieron llegando señoritas a mi puerta.
A la primera no la abrí pero me desveló y eso me cabreaba mucho, ahora también, y ya que estaba despierto a la segunda la facilité el paso con una sonrisa.
Antes de que yo pudiera decir nada me pidió cincuenta dólares y empezó a desnudarse…era  muy joven…lo la dejé, por supuesto pero su cara era un poema mezcla de sorpresa y miedo, cuando saqué los cincuenta de vellón y se los puse delante…
- No hago cosas raras, me dijo
- Yo tampoco que bastante raro soy yo, la contesté. Este dinero, continué, solo es la mitad de lo que te daré si me consigues una información.
- Yo no sé nada, contestó con firmeza.
- Seguro pero si te mueves en un ambiente en el que alguien debe de saber en dónde encontrar a Katya Pavliuchenko y darla un recado de mi parte, la dije alargándola el billete y una tarjeta de cuando me presentaba como miembro de un sindicato agrario español.
- Y si no la encuentro…
- La encontrarás, contesté, y además sé que me darás una respuesta la encuentres o no.
- ¿Por qué está tan seguro? , dijo ella.
- Porque nunca me equivoco cuando miro a la gente a los ojos. Y, por favor, dila a la diesurnaya que no la voy a dar más dinero y que quiero dormir.
Dio media vuelta y salió sin añadir nada.
Al menos la segunda petición la hizo porque dormí como un lirón hasta casi las diez de la mañana sin que nadie me molestara.
Las pilinguis no madrugan pero la que conocía yo debía de ser aficionada porque cuando estaba desayunando se presentó delante de mi correctamente tuneada y cambiada, tanto que podría pasar por una señorita de internado cursi y ademanes encantadores. No se anduvo por las ramas y me espetó:
- Katya Pavliuchenko  solo trabaja para grandes clientes y dice que usted solo es un amigo y que solo podrá verla si la paga por horas su entrevista.
Supuse que estaría cabreada conmigo aunque no podía adivinar el por qué pero aun así, y a falta de otras alternativas, mi respuesta fue afirmativa, sin consultar la tarifa horaria, y comenté que esperaría instrucciones.
- Ella se pondrá en contacto con usted así que espere.
¡¡¡Que carácter!!! ¿No podía salir? Claro que conociendo a Katya pretendería ponerme nervioso y, como me conocía muy bien, sabía que hacerlo era muy difícil, así que me puse en lo peor… aunque  quizás lo mejor fuera hacer lo contrario de lo que esperaba ella y darme un garbeo por mi antiguo distrito de Pionerskaya en donde pasé muy buenos momentos. La desconcertaría pero no se perdería por nada del mundo verme la cara y saber que quería. Dicho y hecho me puse en marcha ante el asombro de la discípula poco aventajada que tenía delante y al verla palidecer la dije que no había desayunado, lo cual era cierto…
Total un día más por la capital de todas las Rusias no me vendría mal y además dormiría mejor así que me fui en el Metro hasta Pionerskaya para después llegar a la calle de los Héroes de Panfilov andando, un largo paseo, a recordar los viejos tiempos en los que conocí a Katya, que aun era estudiante, y a un montón de gente encantadora que me invitaba a su cocina los domingos, cantaban conmigo y me acompañaban a casa si me pasaba con el vodka, que no era lo normal ni mucho menos pero que alguna vez pasó sobre todo por mi inexperiencia, que luego ya aprendí a mezclarlo con agua o a dar solo un sorbo…No debí hacerlo, me entró una especie de morriña tal que ni siquiera intenté averiguar que había sido de mis amigos, no quería sorpresas, ni buenas ni malas, y al llegar al hotel le di diez dólares a la encargada para que me dejaran dormir y eso era un gesto de generosidad impropio de mi. Me estaba volviendo blando.
Blando si pero Maquiavelo a mi lado era un pardillo… a la mañana siguiente y después de un placentero y reparador sueño, esta vez sin sorpresas, bajé al comedor dispuesto a comerme si no el mundo si algún dulce, tostada o ambas cosas y cuando ya saboreaba el café apareció Katya como una princesa eslava de guapa y elegante haciendo que todo el comedor se volviera a mirarla y es que hay gente que llena todo lo que les rodea incluso cuando no hacen nada para ello que , evidentemente, no era el caso.
Sonriente, discreta y hablando en voz baja, me llamó en su correcto español un torrente de cosas acabadas todas en ón y en uta… ¿Por qué lo primero que se aprende de un idioma son los tacos? Cualquiera diría al ver la escena que dos grandes amigos, o algo más, se reencontraban después de largo tiempo porque, además, lo más gordo me lo llamó al oído mientras me abrazaba en demasía para mi gusto discreto.
Renuncio a contar la conversación porque con una sonrisa encantadora, de serpientes, me reprochó que hacía años que no sabía nada de mí, que eso solo lo hacían los rusos y que cada vez me parecía más a ellos y yo era español…que como me iba, que como la iba, que bien gracias y que seguro que tenía algún problema pero que Katya no era rencorosa y estaba resuelto de antemano, que además vivía con un aparatchik nada celoso, por supuesto, y más le valía no serlo pensé yo, y que ella se encargaba aun sin saber de qué se trataba. Tienen razón los que dicen que los hombres no sabemos nada de mujeres…
La cosa fue sencilla y se saldó con una comida en una tasca indecente, Moscú no daba para más, en la que un cocinero de chichinabo se empeñó en hacer una tortilla de patata…matarle no pero cadena perpetua casi seguro…aunque tengo que confesar que la comida fue deliciosa porque Katya recordó nuestros tiempos, solo lo bueno que los dos teníamos memoria selectiva, y nos reímos unas horas hasta que sus obligaciones de Gerente de empresa dedicada a hacer felices a los demás por unos miserables billetes, la reclamaron. Y es que si tenía un defecto era el que precisamente esos miserables billetes eran su última meta y, me imaginé, que el confort que la proporcionaban, la anteúltima. Y nos despedimos haciéndonos promesas que no cumpliríamos, y los dos lo sabíamos, aunque la nueva relación comercial nos obligaría a estar en contacto.
El espinoso tema del dinero lo tenía ella más que resuelto hace muchos años que nadie sabe lo que puede pasar en el futuro y el horno estaba para pocos bollos, así que se abrió cuentas en el extranjero en las que ingresaba su pasta mientras además la producían beneficios, con lo que yo solo tenía que ingresar en una de ellas, la española, la cantidad que ella a través de sus pupilas me proporcionaría, en rublos y dólares o marcos, cuando avisando previamente me presentara en Moscú.
Y con esto y un bizcocho me volví para casa que ya echaba de menos mi colchón y mi tranquilidad, porque Moscú agota aunque sea maravillosa.
Y pasó un día y otro día y de Flandes no volvía, como diría Marquina, y así entre paseos al bosque a recoger bayas, a Sludyanka por ver a la familia, al hotel de Irkutsk y a Moscú a cumplir con las obligaciones económicas, pasaban mis días, que las noches resultaban muy cálidas aun en Invierno, llenos de tranquilidad que a mí me resultaba excesiva pero, era lo que había.

En una de mis vueltas a casa y cuando me encontraba a una versta, algo de color amarillo llamó mi atención en la valla aunque no distinguía lo que era. Al irme acercando me pareció un coche. ¿Un coche? ¿He pensado que era un coche? Siiii y de un color amarillo como cuando aun oriental se le da una patada en la ingle y se vuelve de tono chillón, y solo conocía un vehículo así ¡¡¡ El Lada 124 de mi amigo Vladimir!!!

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